El desconocimiento del componente indígena en la gestación de la identidad nacional, es un
elemento común en la experiencia histórica de los países latinoamericanos con poblaciones
aborígenes, ya sean estas mayoritarias o minoritarias. Es sólo a partir de los años sesenta del
presente siglo, cuando los países comienzan a verse asimismos como plurilingües, y
multiculturales. Esta progresiva toma de conciencia no es ajena a la lucha de los indígenas
organizados y supone, entre otros aspectos, la constatación de la dimensión cuantitativa de la
población indígena, cifra que alcanza hasta un máximo de casi cuarenta millones (Directorio
de Organizaciones Indígenas de América, Quinto Centenario, 1989); más de 400 grupos
etnolingüísticos, de los cuales sólo aproximadamente una docena supera el cuarto de millón
de personas (aymaras, mapuches, quechuas, mayas, cakchiqueles, mixtecos, náhuatles,
otomíes, pipiles, yucatecos y zapotecas); y también su desigual distribución: el 90% se
encuentra en Mesoamérica y en la región andina.
La mayoría de la población indígena vive en zonas rurales alejadas de centros urbanos,
desfavorables para la agricultura, en zonas montañosas o dispersa en áreas boscosas. La mala
calidad de la tierra obliga a un cultivo extensivo, a pesar de la pequeñez de las parcelas. A la
muy desigual distribución de la tierra debe añadirse la falta de comunicaciones y de transporte
para la comercialización de sus productos y compra de bienes, lo cual los sitúa como
población pobre y extremadamente pobre.
La lucha indígena y su visibilización han permitido avances en la educación bilingüe e
intercultural, la cual ha pasado desde su perspectiva asimilacionista a una que supone el
reconocimiento de la multiculturalidad y el intento, más bien frustrado de construir la
interculturalidad. En relación a lo anotado una cuestión relevante son las inconsistencias
teóricas y metodológicas existentes en la educación, por cuyo «motivo no se logra superar la
contradicción entre un discurso que reconoce la diversidad y una práctica cuyo resultado es la
homogeneización». Así, por ejemplo, algunos de los objetivos y metas establecidos en la
Conferencia de Jomtien, considerados como universalmente válidos, pueden atentar contra la
diversidad cultural y, en consecuencia, contra la necesidad de respuestas diferenciadas y la
participación de grupos minoritarios en la definición de las políticas y estrategias pertinentes.
No obstante, los progresos en los últimos años han sido notables, sobre todo si comparamos la
actual situación con la de no hace mucho más de medio siglo, cuando los indígenas se veían a
menudo obligados a aprender, a leer y escribir clandestinamente, y solía hablarse de «indio
leído, indio perdido». Los pueblos indígenas han sabido preservar las principales
características de su identidad cultural, y las lenguas autóctonas han mantenido sus sistemas
fonológico, morfológico, sintáctico y semántico con sólo ligeras modificaciones. También han
perdurado sus conocimientos de ciencias y matemáticas, si bien en lo que a estas últimas se
refiere los procesos mentales de cálculo son diferentes a los de la población hispanohablante.
En todos los países la educación intercultural ha comenzado como educación bilingüe,
destinada a permitir que las poblaciones indígenas pudieran tener una castellanización y una
evangelización más eficaces, aunque ciertamente los dos fenómenos pueden haber ocurrido y
pueden ser entendidos por separado.